Que el fin del mundo nos pille bailando...
Este libro me lo recomendó una gran amiga que había conocido
por Instagram, la típica persona con la que te pegas horas hablando y
agradeciendo por haberla conocido, y ella me hablaba siempre con lágrimas en
los ojos sobre esta escritora. Yo no entendía por qué, pero aprendí lo que era
bailar con el silencio y respirar. ¿No sabéis lo que es bailar con el silencio?
Eso es solo algo que entiendes cuando lees a Ana María Fernández Gómez, y te
empapas con su prosa poética. Sus palabras te envuelven como un manto en una
fría noche nevada, como las flores a la primavera, como una madre a su hijo
recién nacido… Tiene una esencia tan pura que te embelesa, y no puedes dejar de
hablar de ella. Empiezas a bailar, da igual que no sepas, porque todo es empezar
a mover un paso tras otro. Después coges el ritmo, respiras, y escuchas el
silencio, y te sale una sonrisilla tonta sin saber cuál es el motivo.
Simplemente sonríes, y bailas. Eso es Ana María. Una sonrisa imperturbable en
el fondo del océano transparente, una brisa delicada que recorre tu piel cerca
del mar, susurros en el oído que te erizan la piel. Pureza y bondad.
No le tenía mucha fe a esta escritora, dejadme decirlo, y
esta va a ser la reseña más improvisada que vais a leer en vuestra vida. No le
tenía fe a esta escritora porque odio la poesía, ese juego de palabras que
engañan tu mente con una ligera prosa poética. Y sí, escribo poesía, pero nunca
me ha gustado leerla. Sin embargo, leer Ana María me ha abierto un mundo lleno
de posibilidades, y no lo digo únicamente porque soy consciente de que hay
gente que está leyendo esto y ama a esta escritora, sino porque lo pienso de
verdad. Nunca habría podido imaginar que una autora con unas simples palabras
bien ordenadas me llegara tan a fondo, porque en todo momento he sentido que
cada silencio iba directo a la cara, dirigido para mi en ese preciso momento.
Es un libro que no creo que tengas que leer sentada, con
música relajante, y del tirón. Sino que, recomiendo encarecidamente, leer un
silencio cada día, porque sentirás que sus palabras te llegan más, y que cada
una de sus afirmaciones van dirigidas a ti como un misil directo. Sus silencios
te ayudan a buscar tu propia voz, y al final del libro la encuentras y eres una
persona totalmente nueva y cambiada, con nuevos sueños y aspiraciones.
Comienzas a ver todas tus frustraciones como un reto, porque Ana María te ha
retado a ello y, como diría ella, no le valen las excusas, y tienes que ser
igual o más fuerte que ella. Es como si supiera exactamente en todo momento qué
decir. Una auténtica maravilla.
Sin embargo, hay algo que no me ha terminado de convencer, y
es que Ana María, por mucha luz que desprenda siempre toca el mismo tema una y
otra vez: querer vivir. Es demasiado redundante, y siento que el libro es todo
el rato lo mismo, pero aun así no deja lugar a dudas de que es una obra
maestra. Que una persona como Ana María llegue tanto y tan a fondo con unas
simples palabras habla mucho de ella, y aunque redundante, el peso de sus
palabras es de tal calibre que te deja sorprendido a medida que vas avanzando.
Creo que por lo general es un buen libro, que te ayuda a ver
más allá de las palabras y ver la vida con otros ojos, y sin más que escribir,
solo me queda una cosa por decir… y es que el fin del mundo nos pille bailando.
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