La carta
Cuando
era pequeña soñaba con ser actriz y debutar ante un gran escenario, como si yo
fuera el mejor descubrimiento entre miles de novatos. Me imaginaba en mi mente
un teatro decorado con sumo detalle, con una arquitectura impresionante, y por
supuesto al lado del mejor equipo de trabajo cuya meta principal fuera
entretener a su público. La constancia y el esfuerzo de alguien que no se rinde
nunca construirían poco a poco mi motor, y los focos, las luces y los aplausos
serían mi gasolina. Después, cuando alcanzase el suficiente éxito como para
permitirme cubrir menos exigencias, mi trabajo como actriz pasaría a un segundo
plano. Mi madre siempre decía que hay algo más importante que todo el trabajo
del mundo: el amor. “El amor es como una cosa invisible que existe, pero tienes
que aprender a mirar para encontrarlo”. Tenía esas palabras grabadas a fuego en
mi mente, y lo que más me importaba una vez consiguiera ser una famosa actriz era
aprender a mirar, y encontrar el amor.
Me
asombra como cambian los sueños y aspiraciones de una a lo largo de su vida.
Con el tiempo cambié los escenarios de un teatro por plataformas con barras de
metal giratorias, mi equipo de trabajo se formaba por las mejores prostitutas
del barrio de Salamanca y mi querido público eran clientes dispuestos a pagar
una fortuna por ofrecerles una hora de mi tiempo. Llegué a ese burdel
exactamente hace siete años, cuando mi niña cumplió diez y no podía apenas
mantenerla. Hablé con Dominic, un hombre muy agradable que me prometió un
contrato fijo trabajando como camarera en uno de sus bares, en una zona muy
tranquila. Estaba desesperada y acepté sin pensarlo. Además, ¿quién me iba a
decir que ese bar resultó ser un club, y que al llegar a mi casa me encontraría
un sobre con fotos de mi hija y amenazas sobre matarla si dejaba la
prostitución o me iba de la lengua? Siento que de alguna manera le he fallado a
mi hija, y ha habido momentos muy duros en los que me sentía completamente
sola. Momentos en los que manteniendo relaciones sexuales con un desconocido
que apestaba a alcohol me cruzaba con sus ojos desorbitados mientras me llamaba
puta una y otra vez, sintiéndome cada vez más sucia e inservible. Momentos en
los que pedías tu parte del dinero y te sacaban más de trescientos euros en
gastos particulares como preservativos o toallas que los clientes habían usado,
o cuando intentabas escaparte una noche explicando que tienes cuarenta y tres
de fiebre y dos gigantes hasta las trancas de cocaína te pegaban una paliza
para que no te escaqueases (eso sí, siempre en el cuerpo para no desfigurarte
la cara y estar siempre guapa para los clientes). Era una ratonera, y solo me
consolaba pensar en mi niña.
Tengo
miedo, muchísimo miedo. Estoy aterrada por mí y por mi hija, pero a pesar de
que estuve años pensando que no tenía nada que perder, con mi pequeña me he
dado cuenta de que tengo mucho por lo que luchar. Ya entiendo lo que decía mi
madre, y por fin he aprendido a mirar, porque sé que ella no hablaba de la
clase de amor que piensas que te ofrece un hombre desnudo en la cama mientras
mantienes sexo involuntario, sino del sentimiento que une a dos personas que se
quieren con locura. El amor que siento por mi hija es mucho más fuerte que la
situación en la que me encuentro, y por eso les cuento esto en esta carta, para
pedir ayuda a todas aquellas mujeres que ya han pasado por todo esto. Por favor
ayúdenme. Solo busco el bienestar de mi niña.
-
¿Mami por qué lloras? – preguntó la niña a su madre, irrumpiendo en su
habitación.
- Por nada cariño, es que se me ha metido algo en los ojos. – contestó ella secándose las lágrimas. Y tras una breve pausa, añadió-: Te quiero mucho mi vida.
Ambas
se fundieron en un abrazo silencioso y muy largo, de esos que nunca se olvidan.
La pequeña esbozó una sonrisa gigante entre los brazos de su madre. En ese
momento las dos sabían con certeza que se tenían la una a la otra, y que se
querían muchísimo pasase lo que pasase. Lo que la madre no sabía era que había
mandado la carta demasiado tarde, y que su pequeña se iba a quedar huérfana esa
misma noche.
Desgarrador, como sucede tanto y tanto en la vida. Un desgarre de alma me ha producido este relato tan bien narrado, tan naturalmente escrito que cala en lo hondo.
ResponderEliminarTan triste y a la vez una ficción tan cierta...
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