El club de las tazas

 

Érase una vez una niña muy pequeñita, que siempre vestía con tonos lima. A la niña le gustaba pasear, comer helado y reírse, y un buen día fue al parque a divertirse. En el parque encontró tres niños muy malos, cuyos nombres eran Martin, Manuel y Mario. Martin era el más grande, y Manuel el mediano. Mario era el más pequeño, pero también el más trasto. La niña jugaba con la arena, el cubo y el rastrillo, y vino Mario y le tiró todo su castillo. Ella lloraba y lloraba, porque su castillo de arena ya no estaba, y Mario reía y reía, porque el castillo se caía. Después llegó Manuel, que con una patada destrozó su rastrillo, y por último Martin, quien tiró su cubo. La niña lloraba y lloraba, y corriendo fue a su madre enfadada. Le dijo: “Esos niños son muy malos. Me han tirado el castillo, roto el cubo y el rastrillo destrozado”, y su madre le respondió: “Puedes hacer otro castillo, y te compraré más de un cubo y un rastrillo”. Pero la niña seguía llorando, enfadada y jadeando.

De repente, una niña que vestía tonos lilas, se le acercó con una sonrisa. “Hola, me llamo María”- dijo con una amplia sonrisa. “Yo soy Alicia” – respondió llorando nuestra niña. ¿Qué te pasa? ¿Necesitas ayuda? Y Alicia le contó lo que pasó en su día. “Hay tres niños muy malos, que se llaman Martin, Manuel y Mario. Me han tirado el castillo, roto el cubo y el rastrillo destrozado. Y ahora yo estoy llorando, porque sin juguetes me he quedado”. “Tengo una idea” – dijo María. – “Vamos a devolverles lo que te han hecho, y en un abrir y cerrar de ojos te estarás riendo.

Las niñas empezaron a planear su venganza. Cogieron los restos de los juguetes y los cambiaron por tazas. Las tazas eran de porcelana, y las tenía María bien guardadas. “Siempre tomo el té en estas tazas, pero ahora vamos a llenarlas de pintura verde y morada”. Las niñas comenzaron a trabajar, pero se hizo de noche y la tarea tuvieron que abandonar. Al día siguiente las niñas volvieron a quedar, y continuaron pintando las tazas sin parar. Había tres tazas verdes y otras tres moradas, y su venganza era llenarlas de pintura para que los niños se mancharan.

Pasaron dos horas y las niñas ya terminaban, pero una niña vestida de amarillo se acercó a saludarlas. “Hola, me llamo Cintia” – dijo la niña. “Yo María, y ella es Alicia” – respondió María. “¿Puedo jugar con vosotras?” Y las niñas le contaron su historia. “Hay tres niños muy malos, que se llaman Martin, Manuel y Mario. Me han tirado el castillo, roto el cubo y el rastrillo destrozado. Y ayer yo estaba llorando, porque sin juguetes me he quedado”. Entonces Cintia pidió a su madre que comprara tres tazas, y las tres tenían que ser de porcelana. Se hizo de noche y tuvieron que despedirse, pero las tres niñas continuarían al día siguiente sin despiste.

Fueron al parque, pero María no estaba, aunque Alicia y Cintia pintaron de amarillo las tazas. Los niños no estaban, pero igualmente tenían que esperar a su amiga María, aunque fueron a comprar las pinturas. Al día siguiente de nuevo María no aparecía, pero su madre estaba con sus amigas. Fueron a preguntar por qué no venía. “Lo siento, está en casa la pobre malita”. Entonces, Alicia y Cintia, como las tres eran una piña, fueron a su casa a ver cómo seguía. Abrió la puerta su padre, y les dejó pasar en fila. “Está en su habitación dormida. Tiene un resfriado, la pobre, está muy malita”. Llegaron a la habitación, las dos de la mano cogidas. “Hola María, ¿cómo estás? ¿Qué tal tu día?” – dijeron al unísono preocupadas por su amiga. “Estoy bien. Esto se me pasa. ¿Tenéis las pinturas? ¿Y las nueve tazas?” Ambas asintieron y se fueron enseguida, para dejar descansar a la pobre María.

María se fue recuperando, y su madre como recompensa le regaló un diario. En él apuntó que, gracias a tres niños malos, consiguió a dos buenas amigas: una que vestía de amarillo, y la otra que vestía de morado. Las tres niñas eran invencibles, y su amistad duraría para siempre, lo tenía claro. Cuando María se recuperó, regresó al parque del vecindario, y allí estaban Alicia y Cintia, cogidas de la mano. Las niñas a María se acercaron. “Hemos visto a Martin, Manuel y Mario”. Rápidamente cogieron los botes de pintura, y las tazas enseguida llenaron: tres de amarillo, otras tres de verde y las últimas de morado. Entonces pusieron un mantel, y fingieron estar jugando: tomaron el té, rieron y disfrutaron. De repente a lo lejos se ven los tres niños malos: llegó primero Martin, seguido de Manuel y Mario. “Hola pesada. ¿A qué estáis jugando?” “¿Y esas tazas tan feas de mármol?” Las niñas enfadadas rápido se levantaron: “¡Son de porcelana! Así que con ellas tened cuidado” – dijeron a la vez, contestándolos. “¿A sí? Pues mira lo que hago” – amenazó Mario, y dio una patada a las tazas pintadas de morado. Acto seguido, fueron Martín y Manuel los afectados, y los tres terminaron de pintura empapados. Sus piernas y sus pies estaban coloreados, e incluso a la cara les salpicó el amarillo, el verde y el morado. Los niños entre ellos se miraron, sintiéndose mal, sintiéndose estafados. Comenzaron a llorar, los tres humillados, y las niñas comenzaron a reír, de la situación disfrutando.

Así es como lo estoy contando. Eran tres los niños malos: Martín, Manuel y Mario. Estos a una niña destrozaron, tirando su castillo y rompiendo su rastrillo y su cubo en el acto. Pero la niña encontró a otras dos aliadas que la ayudaron, y con una venganza terminaron a los niños humillando. Ya no había niños malos, y las niñas se siguieron juntando. Ahora eran diez en el grupo, con un nombre designado. Se llamaban “El club de las tazas”, y con esto el cuento se ha acabado.

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