Como un vagabundo

 

No sabía muy bien cómo empezar a plasmar todo lo que mi mente escondía y mi corazón callaba. Aquel maldito nueve de septiembre se fue convirtiendo en mi mayor error, y poco a poco me carcomía por dentro como un chupasangre. Mis manos al coger la pluma temblaban, mientras mi respiración agitada luchaba por llevar un ritmo acompasado y tranquilo. Miré por la ventana y pude observar al mismo vagabundo que siempre rondaba las calles a las nueve de la noche. Iba especialmente desaliñado, pero su cara siempre iba pintada con su característica sonrisa de pícaro. Tal vez la amargura del dinero me ha llevado a esta situación tan insólita, a pensar por un instante que ya nada tenía sentido, y aquello que lo tenía no merecía la pena.

Dejé nuevamente la pluma. Todas las noches intentaba tomar la valentía de escribir esa maldita carta, pero siempre pasada media hora mi corazón se cerraba a cal y canto, y mi mente no podía ordenar las palabras que debía escribir. Me tumbé en la cama, dando vueltas y pensando en el vagabundo, y no pude evitar esbozar una sonrisa. Puse algo de música, y mientras sonaba de fondo The Poet de Bruno Sanfilippo, mi cabeza parecía un barco sin rumbo, vagando por los recuerdos que atormentaban a mi mente, y deteniéndose en ese nueve de septiembre. Una fecha que jamás se me olvidará.

Vivo solo, y nunca salgo de casa. No me apetece. Solo quiero escribir esa carta y poner todo en su sitio. Siento un vacío magnánimo que no me deja vivir en paz. Decidido, me levanté de la cama dispuesto a intentar de nuevo escribir algo, pero solo me invadía un sentimiento de culpa. De nuevo he fracasado en el burdo intento de escribir, aunque sea una palabra. Siento odio hacia mi mismo, odio por el vagabundo, odio por la maldita canción de música clásica que suena de fondo y, sobre todo, odio por el nueve de septiembre. Desde ese día, mis días en lugar de sumar comenzaron a restarse, como si fuera una bomba a punto de estallar, y la banda sonora de mi vida fuera el tic tac de un reloj. Tic tac, tic tac, tic tac, boom. 

Algo en mi hizo click, y sentí que era el momento de expresar mediante palabras todo lo que anteriormente no había podido plasmar. Tomé aire y agarré la pluma con firmeza con la mano izquierda, mientras la mano derecha la presionaba cada vez con más fuerza sobre el papel. Entonces, comencé a escribir y, aunque con el pulso tembloroso, después de semanas por fin pude empezar mi carta de despedida:Ese nueve de septiembre, una luz en mi se apagó, y la feliz historia de un músico de renombre se convirtió en la triste historia de un vagabundo en alma”. Y en ese momento fue que, recordando el accidente en el que murió mi esposa ese nueve de septiembre, sentí que un vagabundo era más afortunado que yo, porque él, aunque no tenía nada, seguía sonriendo, y yo, solo anhelaba estar con mi mujer en el cielo.

Comentarios

  1. Quizá es el peor camino por el que podemos llegar a transitar, además de hacerlo en soledad.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Budismo para principiantes

Es mi culpa